El desarrollo de las cofradías, especialmente de Semana Santa, desde el siglo XII a nuestros días

1) La plenitud medieval, siglos XII y XIII.

Fueron unos siglos eminentemente cofradieros con la fundación y desarrollo de las cofradías de santos, las cofradías de María bajo múltiples advocaciones tanto en relación con sus misterios, sus gracias y favores, como en relación con los lugares donde estaba la imagen y, muy pocas, por no decir ninguna, cofradías bajo la advocación de Cristo.

Dos tipos podríamos destacar: Las cofradías de devoción a los santos protectores, patronos, abogados, defensores, y los hubo de todo y para todo; y las cofradías que reunían a las gentes de un mismo oficio o profesión bajo la advocación del santo protector del oficio: zapateros, médicos, cirujanos, correeros, peliteros (o pellejeros), mercaderes, sastres, laneros (es la opinión más común que en el seno de estas cofradías se originaron lo que después se denominarían gremios). Alguna de estas cofradías tuvo como abogada y patrona a María en sus diferentes advocaciones. Ambos tipos de cofradías, en muchos casos, poseyeron un hospital, es decir, son los siglos de las cofradías hospitalarias que más que un hospital no poseían sino los que hemos llamado hospitalitos que servía, a la vez, de hospital, asilo y refugio de pobres, peregrinos y transeúntes

Durante estos siglos se desarrollaron, también, las cofradías que agrupaban las gentes del mismo estamento social: caballeros, hidalgos, escuderos, pecheros, gentes de la misma región.

A caballo entre profesión y estamento social el orden de los clérigos, la aparición y desarrollo de las cofradías de clérigos, de canónigos, de beneficiados, de racioneros y otras denominaciones, por ejemplo, de los ciento, en este caso por razón del número.

2) La Baja Edad Media, los siglos XIV y XV. El cambio del sentimiento religioso. Jesucristo en el horizonte devocional.

Perdurando los tipos y modos de cofradías anteriores se produce una gran novedad: Jesucristo, su vida de Belén al Calvario, su Pasión y Muerte, llena la vida devocional. Durante estos dos siglos creemos aún no se funda cofradía alguna de las que hemos denominado como cofradías de Semana Santa, pero son los siglos durante los cuales, como ya hemos explicado, se gesta esta nueva devoción. Sí se fundan, y en este caso por expreso deseo de la Jerarquía Eclesiástica, después de la celebración del Concilio de Vienne, 1311-1317 (XV Concilio Ecuménico), las cofradías del Corpus Christi, del Cuerpo de Cristo o del Cuerpo de Dios, van unidas a la celebración de la misma fiesta que obtiene su difusión pública en la Iglesia en el citado concilio.

Otras cofradías del siglo XV serán las que se fundaron para el entierro de los difuntos: cofradías de Santa María en algunas parroquias, cofradías de la Caridad o Santa Caridad para el entierro de los muertos y cadáveres abandonados. También aparecen las cofradías de la Misericordia para ayudar a los diferentes necesitados y a los enfermos.

3) El siglo XVI como el siglo de la aparición y expansión de las cofradías de Semana Santa o de Pasión.

Son fruto de todo el movimiento pasionista de los siglos XIII, XIV y XV ya expuesto. Son el resultado del movimiento reformista que busca un cristianismo más auténtico desde comienzos del siglo XVI y que llega a diferentes partes de España, también a Andalucía. Más en concreto son fruto de la presencia del mensaje erasmíano (Erasmo de Rotterdan, 1467-1536) que según J.L. Abellán: “se resume en un predominio de las virtudes de sencillez, intimidad, humildad, caridad y amor, y, en definitiva, vuelta al espíritu evangélico, rechazando todo lo que se le opone”, 12. Son el efecto de las predicaciones de los grandes predicadores que recorren España y Andalucía durante aquella centuria: San Juan de Ávila o el maestro Ávila, Fernando de Contreras, Agustín de Esbarroya O.P., Domingo de Valtanás O.P. y de tantos otros que siguieron predicando en la segunda mitad del siglo XVI. Son la consecuencia de la carta del Dr. Ortiz que contenía el vivac vocis oraculo del Papa Paulo III a la Cofradía de la Santa Vera Cruz de Toledo en 1536. Son fruto, finalmente, del final del Concilio de Trento (1545-1564). No es extraño que el siglo XVI se convirtiera en el del gran movimiento de fundación y auge de las cofradías de Crucificado.

Numerosos grupos de laicos devotos se reúnen y fundan una cofradía o hermandad en honor a una imagen del Crucificado en el deseo sencillo, austero, íntimo, de imitar a Jesús e imitarle en su Pasión y Muerte.

Nunca más como en el siglo XVI se volverán a fundar cofradías en torno al Crucificado, su Sangre, los Misterios de su Pasión y Muerte. El siglo XVI es el siglo de la fundación de las cofradías en torno a la Pasión y Muerte de Cristo, de manera que los siglos siguientes vivirán para mantener aquella gran explosión de cofradías cristíferas, cuya vida se prolongará por la influencia de diferentes motivos intrínsecos y extrínsecos a la misma religiosidad cristiana.13

Sólo el actual siglo XX, después de la Guerra Civil de 1936 a 1939, cobra un ímpetu fundador o refundador de cofradías de Sernana Santa o de Pasión, explicable por otras razones que ya no las del siglo XVI.

Durante el siglo XVI, además de estas cofradías cristíferas de Semana Santa, se mantuvieron los tipos anteriormente expuestos, especialmente las de Santa Caridad y Misericordia y se fundaron otras nuevas. Hemos de destacar de manera especial la aparición de las cofradías del Santísimo Sacramento (ya habían existido las del Cuerpo de Cristo) que tuvieron como gran inspiradora a Teresa Enríquez (+1529), 14. También surgen las cofradías del Rosario, pero el gran movimiento rosariano será de los siglos XVII y XVIII. 15

4) El siglo XVII. El cambio producido por la llegada de la época barroca. El siglo del Nazareno.

Durante el siglo XVII varios hechos nos llaman la atención de manera especial. En primer lugar y más importante, se detiene el ímpetu fundador de cofradías cristíferas, quizás habían llegado a ser excesivas. En Sevilla el sínodo del cardenal don Fernando Niño de Guevara de 1604 trató de poner un poco de orden. Intentó reducirlas, cosa que no consiguió, pero la obligación de que todas hicieran estación en la catedral contribuyó mucho a regular sus desfiles. De todos modos, comienza una época de fusiones y reorganizaciones de cofradías que hace a veces difícil seguirles la pista. En segundo lugar, mientras que la fundación de cofradías en torno al Crucificado decae, la fundación de cofradías en torno al Nazareno, que había sido ya relativamente alta durante el siglo XVI, se mantiene o cobra un cierto auge, de tal manera que llamaríamos al siglo XVII el siglo del Nazareno. Todo lo que hemos dicho al hablar de este tipo de cofradías se desarrolla durante los siglos XVII y XVIII.

Pero un hecho dañino invade la religiosidad en general y, también, la religiosidad de las cofradías de Semana Santa o de Pasión, es lo que llamamos el barroco y el barroquismo. Es el triunfo de un modo de vivir brillante y ostentoso, es el triunfo de la forma, de lo externo, es un modo de vivir resultante y en consecuencia con el poder de los grandes monarcas, con la fluyente riqueza de los Estados, con la próspera situación del Cristianismo que obtiene una vida pujante a partir del triunfo de Trento y la Contrarreforma. Es un modo de vivir que se manifiesta en todos los aspectos de la vida, que lo apreciamos claramente en el arte, pero que influye en la religiosidad y, por ello, también, en las cofradías. En general, pensamos, que la cofradía barroca es la misma cofradía penitencial, de disciplina o de sangre del siglo XVI, que pierde austeridad, que avanza por el camino del boato y de la esplendidez y deriva hacia situaciones festivas, no muy en consonancia con la contemplación e imitación de la Pasión de Cristo.

Otras devociones, populares y elitistas, pudieron llenar los huecos religiosos del pueblo al que comenzaban a no satisfacer las cofradías en torno a la Pasión y Muerte de Cristo. A nivel popular durante el siglo XVII se configuró de modo definitivo la vertiente mariana de la piedad hispana. Primero, en la primera mitad del siglo, con la explosión concepcionista; más tarde, con el auge de los rosarios públicos. Todo ello dejó, también, su impronta en las cofradías de Semana Santa que acentuaron su devoción mariana y la presencia de las imágenes de María en ellas. A nivel elitista, la introducción de la Escuela de Cristo, congregación de sacerdotes y seglares con rasgos muy típicos de la piedad barroca.

Un último hecho hemos de recordar para esta décima séptima centuria. La crisis general de la España de la segunda mitad del siglo XVII pudo influir en las cofradías de Semana Santa que entraron en una cierta crisis material.

5) Una continuación de lo anterior con una cierta recuperación, al menos, formal, exterior y material de las cofradías de Semana Santa durante los primeros 75 años del siglo XVIII.

La piedad, en general, sigue siendo barroca y sentimental y dentro de estos cauces se propaga con fuerza irresistible, precisamente cuando los estudios serios de Teología acusaban una progresiva decadencia.

Las cofradías de Semana Santa tienen una vida irregular dependiendo de su situación material que pudo durante estos años mejorar. En general, prosigue la tendencia anotada para el siglo XVII, con un auge en las cofradías de Jesús Nazareno. Ahora las devociones pasionales se tendrán que enfrentar con nuevas devociones. En 1703 predica el capuchino fray Isidoro de Sevilla la devoción a la Divina Pastora. Acogida al principio con sorpresa y algunas protestas, alcanzó luego bastante popularidad, aunque no la universalidad de las marianas del siglo XVII. Pero surgieron otras nuevas o se renovaron en toda España en la misma línea barroca y sentimental: la devoción a las Ánimas del Purgatorio, al Corazón de Jesús, a San José, a San Antonio de Padua.

6) El siglo de las crisis en las cofradías de Semana Santa, 1768-1874.

Desde la llegada del reinado de Carlos III (1759-1783) hasta la restauración borbónica de Alfonso XII en 1874, vivieron las cofradías en general y, especialmente, las de Semana Santa una serie de crisis, que aunque no fueron permanentes, de manera que podemos observar diferentes dientes de sierra en la evolución de las cofradías, sí que fueron repetidas y algunas muy duras.

La primera fue la que hemos llamado crisis institucional, 16. En Sevilla comenzó con la llegada del asistente Pablo de Olavide (1767-1775), quien en 1768 determinó que las cofradías sevillanas no volvieran de noche, por lo que algunas de las que pensaban hacer su estación de penitencia no la realizaron.

Claro es que al obrar así seguía los criterios y órdenes del Gobierno que pidió una relación de las hermandades y cofradías y demás congregaciones y gremios. Por ella sabemos, por poner un ejemplo que nos es conocido, que en el Reino de Sevilla había 426 hermandades, 374 cofradías, 50 congregaciones y 21 órdenes terceras.

El asistente Olavide se asustó y, no saliendo de su asombro, propuso severas medidas para suprimir unas y reducir otras a la Jurisdicción civil, intentando hacer revertir los bienes de las cofradías y hermandades suprimidas en una obra más útil: la creación de un hospicio para recoger a los pobres enfermos de la ciudad. Ni los intentos de supresión de cofradías y hermandades, ni los proyectos de creación del hospicio se hicieron realidad.

Pero las disposiciones del Gobierno tuvieron sus efectos. Se suprimieron muchos excesos y todas las cofradías, si querían que continuase su existencia, se vieron en la obligación de renovar sus reglas y presentarlas a la aprobación del Consejo Supremo de Castilla. La política de Carlos III se continuaría durante el reinado de Carlos IV (1788-1808) bajo cuyo gobierno comenzaría una política desamortizadora.

La segunda crisis coincide con la presencia francesa y la guerra de la independencia (1808-1814). Una sola palabra define estos años: los saqueos efectuados por los franceses.

La tercera crisis se alarga durante los reinados de Fernando VII (1814-1833) e Isabel II (1833-1874) con momentos de auge y de crisis intensa, según que el país fuera gobernado por los liberales o los conservadores. De 1814 a 1820, período de restauración absolutista radical, las hermandades y cofradías comenzaron a recuperarse. De 1820 a 1823 se extiende el Trienio Liberal y Constitucional, las autoridades locales prohibieron la salida procesional de las cofradías durante seis años, de 1820 a 1825. La década de 1823 a 1833 fue moderada, los desfiles procesionales de las cofradías de Semana Santa aumentan considerablemente con excepción de un año, 1831.

Cuando Isabel II llegó al trono en 1833 era una niña de tres años. Comienza, pues, su reinado con un período de regencia que duró diez años (hasta 1843) en los que volvió la revolución liberal-burguesa. Se disuelven las órdenes Religiosas y se las despoja de sus bienes, en 1835, con lo que se cierran muchas iglesias. Se avanza en el proceso desamortizador hispano. Fueron años duros para las cofradías. En mayo de 1844, con Narváez en el poder, comenzaba la gran época moderada, 17, período de veinticinco años muy favorable para la vida de las cofradías.

De 1868 a 1874, el Sexenio Revolucionario, la Historia de España se vive de prisa en un torbellino de acontecimientos: expatriación de Isabel II, Amadeo I rey de España, la primera república, hasta que el 29 de diciembre de 1874 era proclamado rey Alfonso XII. Para el mundo cofradiero fueron aquéllos unos años difíciles con momentos muy duros y otros pintorescos. Por primera vez en su historia, las cofradías de Semana Santa de la ciudad de Sevilla fueron subvencionadas por orden del Gobierno de la Nación, que no quería que Sevilla se quedara sin sus desfiles cofradieros. La política comenzaba a preocuparse por las cofradías, desde el punto de vista de la religión y del cristianismo todo un mal síntoma. Las cofradías dejaban de ser la manifestación de la religiosidad de un pueblo para comenzar a ser una de las o la manifestación cultural de ese mismo pueblo.

7) El desarrollo creciente de las cofradías románticas, 1875-1930. 18.

Para un observador superficial o que no le dé importancia al elemento primordial de las cofradías y de las cofradías de Semana Santa que es o debe ser su religiosidad cristiana, la contemplación e imitación de la Pasión y Muerte de Jesús, este período que hemos acotado fue, ciertamente, un período brillante para la vida de las cofradías.

Las cofradías se identifican con el pueblo, con el barrio de la ciudad y comienzan a sentirse más expresión cultural de ese pueblo de gusto refinado, amante de lo estéticamente bello, que manifestación religiosa de un pueblo que contempla e imita y, de este modo, celebra la Pasión y Muerte de Jesús, el Hijo de Dios. Son los años en que se desatan la música, las flores, el palio, los bordados. Son las cofradías de Sevilla que describiera Eugenio Noel, periodista madrileño, en marzo de 1916. No compartimos las tesis de Noel, pero sí hemos de decir algo: Si Noel es sincero y cuenta lo que eran las cofradías, sus estaciones de penitencia y el modo como las gentes presenciaban su paso, aquello tenía muy poco, por no decir “nada” de cristiano. 19

Si a esto le añadimos la situación político-social, se nos aclararan muchas preguntas sobre lo que pasó pocos años después. En la España de aquellos años el caciquismo era muy grande, el republicanismo carecía de fuerza, el socialismo no conseguiría sacar candidatos hasta 1919, pero la inmensa mayoría de los jornaleros profesaban el credo anarquista y no participaban en el juego electoral. En general, el régimen político de la Restauración benefició a las clases dirigentes.

Por último nos preguntamos: ¿Qué repercusión tuvo la encíclica Rerum Novarum de León XIII de 1891 ? En general, en España ninguno, hubo clérigos que rezaron por la conversión del Papa. ¿Qué repercusión tuvieron los Círculos Católicos de Obreros que fray Ceferino González, obispo de Córdoba de 1875 a 1883, y arzobispo de Sevilla de 1883 a 1885 y de 1886 a 1889, había fundado abundantemente en Córdoba? Nos atrevemos a contestar que en Sevilla ninguna, ni el mismo fray Ceferino González, que tanto se había movido como obispo de Córdoba, realizó algo, en el mismo sentido, en Sevilla.

La etapa romántica con toda su exultante restauración cofradiera no fue sino la puerta mejor abierta para la catástrofe que llegó inmediatamente después.

8) La catástrofe cofradiera de los años treinta.

Los sucesos en los que se vio envuelta la Iglesia Hispana en general y, en concreto, sus hermandades y cofradías, durante los años de la Segunda República y la Guerra Civil de 1936 a 1939, no se nos ocurre denominarlos de otro modo que de verdadera catástrofe religiosa y eclesiástica.

Conocemos los hechos, que unos autores amplían y que otros reducen o reinterpretan desde su mentalidad y desde su punto de vista. Se necesitaría un estudio más profundo y objetivo de ellos y, sobre todo, de sus causas, de las que hemos intentado atisbar en el apartado anterior. ¿Cómo en España, en Andalucía, en la patria de las cofradías y hermandades exultantes, se pudo llegar a cometer los actos que aquí se cometieron?.

Los sucesos de la ciudad de Sevilla (hemos de referirnos a un hecho concreto) de los años 1932 y julio de 1936 nos son bien conocidos, 20. Para los pueblos citamos exclusivamente el nombre de aquéllos donde, a través de las obras por nosotros dirigidas, 21, o se quemaron las imágenes, o se quemó la iglesia con todas sus pertenencias, o se salvaron las imágenes a pesar de ser quemada la iglesia o la ermita porque se ocultaron, o se intentó quemar la iglesia y las imágenes pero fueron defendidas por algún valiente mosquetón en mano, el menor de los casos. Estos pueblos fueron: Aguadulce, Alanís, Alcalá de Guadaira, Alcolea del Río, Algámitas, Arahal, Aznalcázar, Aznalcóllar, Brenes, Casariche, Castilblanco de los Arroyos, Cazalla de la Sierra, Constantina, Coria del Río, Los Corrales, Dos Hermanas, Guadalcanal, Herrera, Lora de Estepa, Lora del Río, Mairena del Alcor, Marinaleda, Marchena, Morón, Paradas, Pruna, La Puebla de Cazalla, El Rubio, El Suacejo, Tocina, El Viso del Alcor. Treinta y un pueblo de los 86 donde hemos hallado cofradías de Semana Santa (36%).

9) La reacción de la post-guerra, 1940-1970.

En la diócesis de Sevilla (otra vez hemos de referirnos al caso que mejor conocemos) de 1937 a 1968 (32 años) se fundaron 35 cofradías (58,33 ó 54,68%) Fue una verdadera reacción a los sucesos de los años treinta, pero diremos que una reacción manejada. No todo fue una justa reacción religiosa, la política o el gobierno entonces en el poder supo meter su mano y hacerse muy presente en este resurgir cofradiero. Podemos afirmar que con el impulso gubernamental -populista y el auténticamente cristiano todas las cofradías y hermandades y, especialmente, las de Semana Santa, lograron un auge de fundaciones como no lo habían tenido desde el siglo XVI.

10) El parón conciliar, 1970-1980.

Es bien sabido que las líneas orientativas del Concilio Vaticano II, 1962-1965, ni nacieron del pensamiento teológico o pastoralista hispano (que no lo había), ni fueron en la dirección del cristianismo que se practicaba en España y mucho menos en Andalucía.

El Concilio Vaticano II o las interpretaciones que de él se hicieron, supuso la implantación de una religiosidad intelectual, esencial, pura, despojada de elementos accesorios, preocupada por la construcción del mundo, más que por el culto público a la divinidad (un cristianismo arreligioso). Una liturgia y sus manifestaciones en el mismo sentido, con unos textos de la Sagrada Escritura y de la liturgia, traducidos a la lengua vulgar para que se entiendan y lograr, así, que desaparezca el aspecto mágico. Una Liturgia centrada en los elementos esenciales litúrgicos: Los sacramentos, la Eucaristía, despreciando los elementos o manifestaciones menos o nada litúrgicos: procesiones, romerías, cofradías. Una religiosidad y liturgia centroeuropea frente a una religiosidad y liturgia, al menos en lo popular, hispana.

Nos atrevemos a opinar que la Jerarquía Eclesiástica Hispana o buena parte de ella pensó y deseó que desaparecieran las hermandades y cofradías, también las de Semana Santa. Más aún, algunos obispos en algunas diócesis creemos que lo consiguieron. No ocurrió en Sevilla ni en aquellos lugares donde la Semana Santa y sus cofradías estaban ya incrustadas en el pueblo. A pesar de la apatía, mala cara y, en ciertos casos, oposición clara de la Jerarquía Eclesiástica o del clero, las hermandades y cofradías de Semana Santa pervivieron porque lo quiso el pueblo (suponemos que) cristiano.

En 1973 se celebró en Sevilla un Sínodo Diocesano que intentó traer a la problemática especial hispalense las doctrinas del Concilio Vaticano II. El tema de las Asociaciones de laicos se concretó en un conjunto de criterios de renovación y compromisos para procurar una mayor formación religiosa, un dinamismo evangelizador y catequético, un testimonio apostólico claro y una depuración de elementos y manifestaciones externas, como lujos y joyas, estrenos innecesarios, nombramientos honoríficos, conservando las expresiones de la religiosidad popular que no estuviesen vinculadas a errores definidos por la competente autoridad.

11) La religiosidad popular, 1980 en adelante.

Un nuevo hecho tiene lugar en la España de los años 80, al margen de las reformas conciliares y sinodales y, en gran medida, fruto de la política del momento, un hecho inquietante, en cierta medida, que denominamos el despertar y aprovechamiento de la religiosidad popular. Ya el mismo Concilio Vaticano II en su Constitución sobre la Sagrada Liturgia, números 30 al 47, admite la incorporación de los elementos populares e indígenas a la liturgia. Estos elementos van a ser defendidos desde otras instancias, desde la política izquierdista hispana, que se apoyan en el pensamiento del italiano Antonio Gramsci (1891-1937).

Gramsci realizó un análisis del catolicismo, el más crítico, agudo y penetrante de todos cuantos se han hecho desde la perspectiva del ateísmo político y filosófico. Se preocupa en sus obras de los elementos populares e indígenas, sean o no religiosos, pero como integrantes de una cultura político-filosófico-religiosa, en una unidad dialéctica y en orden a edificar “una civilización total’. Esta defensa de los elementos populares y folklóricos gusta al pueblo. El pensamiento de Gramsci ha sido adoptado en España por una nueva élite de izquierdas, progresista, atea o agnóstica.

En 1982 el PSOE ganaba las elecciones generales y comenzaba a gobernar España. Sus dirigentes comprendieron que el cristianismo estaba tan arraigado entre los españoles, que no podían enfrentarse de nuevo con él, cara a cara, pues volveríamos a la situación de 1931. Era necesario, pues, dar un rodeo, minar, manipular la religión cristiana y sus instituciones, llevarla, reconducirla a sus intereses y, así, sería todo más fácil.

Con el triunfo del PSOE coincide la vuelta en España hacia la religiosidad popular. El PSOE se ha convertido en su gran defensor, no en cuanto religiosidad, sino en cuanto popular, convirtiendo la religión o la religiosidad en una cultura popular, propia del pueblo, no de la Iglesia, y menos de la Jerarquía Eclesiástica. Con ello pretende obtener puntos de ventaja sobre la misma Iglesia, o al menos sobre la Jerarquía Eclesiástica ante el pueblo amante de lo suyo y de sus tradiciones, pues la Iglesia postconciliar luchó contra las manifestaciones populares mientras que el PSOE las defiende.

A remolque del pueblo y de los defensores de lo popular y de lo religioso-popular, la Jerarquía Eclesiástica, al darse cuenta de que esa religiosidad popular se les escapa y podía ser utilizada contra la Iglesia Católica, comenzó a girar hacia ella lentamente.

En Andalucía están muy claros los pasos de vuelta de la Jerarquía Eclesiástica hacia la religión popular, lo que va a quedar manifiesto en tres documentos que marcan otros tantos momentos en este acercamiento:

  • Documento sobre “El Catolicismo popular en el Sur de España”, de la Navidad de 1975. Está claro que el tema ha llegado a la preocupación de los obispos, pero no les asusta. Todo se resolverá promoviendo el estudio acerca de la naturaleza y elementos de la religiosidad popular, proponiendo algunas observaciones que puedan ayudar a formar un concepto aproximado de su significación (línea intelectual), y aportando, en lo posible, algunas líneas prácticas pastorales para su renovación y desarrollo evangélico, que vendrán, también, en la línea de lo intelectual, esencial: catequesis, catecumenado, catequesis popular de la Eucaristía, formación para la oración, suspicacia ante ciertas devociones, compromiso social, etc.

  • “Carta pastoral de los obispos de las provincias eclesiásticas de Granada y Sevilla, del 20 de febrero de 1985, El Catolicismo popular. Nuevas consideraciones pastorales”. Los obispos comienzan a coger miedo y a preocuparse más del tema. Se dan cuenta del auge de la religiosidad popular, de su fomento por parte de las autoridades civiles (no olvidemos que el PSOE gobierna desde 1982), del interés científico por la religiosidad popular y reaccionan. Es una respuesta más positiva que la de 1975. Los obispos se interesan positivamente por la religiosidad popular, tratan de desvelar las posibles desviaciones: la posible ideologización y las manipulaciones del catolicismo popular, las interpretaciones culturales y su peligro reduccionista, y, aceptando ya la religiosidad popular tal cual, dan un elenco de orientaciones e iniciativas prácticas de tipo pastoral.

  • Finalmente, en noviembre de 1988 fue promulgada la carta Pastoral de los Obispos del Sur de España “Las Hermandades y Cofradías”, en la que los obispos claramente se manifiestan a favor de las hermandades y cofradías, piden su renovación, aclaran su dimensión cultural y, curiosamente, piden al clero que atienda mejor a las cofradías.

12) Un porvenir cristiano.

El 29 de marzo de 1991 publicamos en ABC un artículo titulado: “Reflexión de presente. Temor de futuro”. En él escribíamos: “El temor es doble. Por una parte al Gobierno Socialista puede que deje de interesarle la religiosidad popular, con la que no han obtenido los frutos esperados y puede que adopte, en adelante, una actitud beligerante con la Iglesia en general. Pero grave para nosotros sería que cambiase la postura eclesial actual, que se terminara con aquel esfuerzo por profundizar las hermandades y cofradías en su vida cristiana, en los aspectos lítúrgicos, culturales, benéficos y sociales, para entregarse de nuevo y solamente al culto externo de bombo y platillo”.

Nuestros temores han desaparecido por completo. El PSOE nunca volvió a posturas beligerantes. La Jerarquía Eclesiástica ha continuando trabajando por la renovación espiritual, benéfico-asistencial y cultural de las cofradías y hermandades y éstas mismas, sus dirigentes y sus hermanos y cofrades han comprendido y han entrado por los caminos señalados.

No hay una cofradía sin una preocupación social o benéfico-asistencial muy seria. No hay una hermandad o cofradía sin una bolsa de caridad, sin una obra asistencial de gran calado que se está llevado cada día adelante, sin una atención diaria a las necesidades de sus hermanos y cofrades y de todas las gentes que vienen a pedirles una ayuda.

Las hermandades y cofradías han entrado en un camino de búsqueda de una auténtica espiritualidad, la suya propia, pero proyectada a las necesidades de este siglo que agoniza y de un nuevo milenio que comienza. Y como mejor ejemplo el I Congreso Internacional de Hermandades y Religiosidad Popular.

Una última preocupación ha prendido en las hermandades y cofradías, la cultural. Las hermandades y cofradías han comenzado a preocuparse por sus papeles, por su archivo, que hay que defenderlo igual que se defienden los objetos artísticos. Celebran conferencias sobre su historia y sobre su espiritualidad, organizan semanas sobre “fe y cultura”, mesas redondas, reuniones periódicas, etc. etc.

Las hermandades y cofradías se han vuelto serias, puntuales, religiosas, todas, en su procesión o estación de penitencia, sin abandonar el gusto por lo bello, por lo estéticamente bello, que constituye parte de la entraña de este pueblo hispano.

¡Que sigan así y mejor durante muchos años!

D. José Sánchez Herrero
Catedrático de Historia Medieval. Universidad de Sevilla
Licenciado en Filosofía, Universidad Pontificia de Salamanca
Licenciado en Teología, Universidad Gregoriana de Roma
Licenciado en Filosofía y Letras, Universidad Complutense de Madrid
Doctor en Filosofía y Letras (Sección de Historia) Universidad de La Laguna (Tenerife)
Presidente del Grupo de Investigación C.E.I.R.A. (Centro de Estudios e Investigación de la Religiosidad Andaluza)

 

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